La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.
A.P.
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Mi primer recuerdo de las fiestas mayas se remonta al primer grado, en alguna escuela de Buenos Aires; una mañana clara y un escenario armado en el patio enorme de la escuela.
Mi madre había vestido una muñeca con un delantal idéntico al mío sobre el que debía prender una escarapela mientras recitaba un poema infantil cuya cadencia, ensayada hasta el cansancio con mi padre, vulneré finalmente.
Estoy enojada con 'mímu ñequita'
porque se ha olvidado
que es argentina,
venga picarona,
póngase esta cinta,
es azul y blanca,
mire ¡qué bonita!
Mi patria entonces, son los que están y los que se fueron; son olores, sabores, sensaciones y primeras veces,
Son canciones, lugares y amores.
Son un latido, una sintonía y unos códigos compartidos que me dicen quién soy.
A ella celebramos y no voy a faltar a la fiesta.
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Allí donde está mi guitarra está mi pago -contestaba-. Me basta hacer uno o dos chasquidos de vidala después de un largo día de nostalgia para que la patria se haga en torno a mí.
Atahualpa Yupanqui
La loca de la casa se despereza lentamente, abre los ojos, apoya los pies descalzos sobre la suave alfombra de metáforas y pisa los posesivos abandonados por ahí.
Bate el parche, ton-ton, de la aliteración, desecha cien adjetivos del viejo baúl, se come las comas, esconde las preguntas debajo del colchón y dibuja un solo signo de admiración que resignifica las letras del nombre.
Parada en su centro más oscuro escribe un número de oro que estira la metáfora, la ilumina y celebra la bendita locura en privada ceremonia.
No sé si era graciosa porque parecía más chiquita o si causaba gracia porque de verdad era chiquita y hablaba con tanto desparpajo.
‘Chinita enterada’ me decía la abuela Lila con su acento provinciano y cuando nos mudamos a Mendoza, mi tía B., su marido y mis primas, se convirtieron en divertidos espectadores de las travesuras que apañaban, festejaban y hasta promovían, me parece.
Me paraban sobre una mesa y yo cumplía una rutina que provocaba carcajadas.
Recuerdo una leve sensación de incomodidad, quizás porque entendía que mi función de pequeña bufona mercenaria compraba
Disfrutaba la relajada disciplina que me permitía decir alguna palabra no permitida, tomar un poquito de vino y pasar por alto la tórrida siesta mendocina escuchando a mis primas mayores hablar de besos y novios, pecados mortales que el estricto catecismo maternal castigaba con severidad.
B. era hermana de mi madre.
Divertida, ocurrente, hiperbólica, expansiva, histriónica y muy bella. Naturalmente rubia y de ojos verde claro, me fascinaba verla cuando peinaba la melena dorada y se maquillaba la boca con un labial rojo muy llamativo.
Mi madre, de cabello y ojos oscuros, menuda, estricta, pudorosa y discreta, era su contracara (¡A y B! ahora caigo en cuenta mientras escribo esto) y yo percibía que a ella, la exuberancia de ese huracán platinado que enamoraba a todos, le fastidiaba y me resultaba incomprensible, pero nunca pregunté porque era apenas una intuición que recién hoy se hace certeza.
Con B. la vida era una fiesta de colores, música y golosinas.
Bailábamos y comíamos helado sin importar la hora.
Paseábamos y me compraba regalos.
Una tarde, de vuelta en mi casa después de haber ido a la plaza, señalé en la pantalla al galán de la novela y dije:
-¡Se parece a Fernando!
Todavía recuerdo la expresión indefinible de mi vieja, entre la sorpresa y la furia, cuando preguntó quién era Fernando y contesté con inocencia
-El amigo que conversaba con la tía B. en la plaza…
Ese día terminó la fiesta y supe.
Pero no comprendí qué cosa sabía.
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Se acabó,/el sol nos dice que llegó el final,/por una noche se olvidó/que cada uno es cada cual.
/Vamos bajando la cuesta/que arriba en mi calle/se acabó la fiesta.
Fiesta (Mi niñez) Joan Manuel Serrat
Por una cuestión que no viene al caso, estaba buscando imágenes de los rarámuris –hombres de los pies alados- una antigua etnia mexicana, así es que fui a la ventanita habilitada para las búsquedas en la página de Google.
No había alcanzado a escribir la primera sílaba de la palabra 'hombres' cuando se desplegó una interesante lista de opciones, la primera de las cuales era ‘hombres con el pito parado’.
Curiosa por conocer las alternativas que mi género ofrecía, comprobé que la opción que encabezaba correspondía a ‘mujeres sin ropa’.
En parte, resulta tranquilizador comprobar que en el vasto universo de la red, la sincronía de los links virtuales sigue correspondiéndose con los vínculos reales.
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Decidme dama graciosa/ qué es cosa y cosa/Decid qué es aquello tieso/con dos limones al cabo,/barbado a guisa de nabo,/blando y duro como hueso
Atribuido con escasas pruebas a Góngora. Finales siglo XVI.
Preparación: Quitar el corazón de las manzanas.
Colocarlas en una fuente para horno.
Repartir el azúcar en los huecos de los corazones
y poner el agua en el fondo de la bandeja.
Colocar la bandeja al horno a 180º C. Unos 30 minutos.
Cuando se abran por los lados y estén blandas,
están en su punto.
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A ti, manzana, /quiero/celebrarte /llenándome /con tu nombre /la boca, /comiéndote.
Oda a la manzana. Pablo Neruda
El largo camino de grava cruje bajo los pies, pero a los pocos metros el crunch, crunch se convierte en un ruido molesto y decidimos caminar por el césped.
El día es luminoso y cálido, un cartel señala el lugar de oración y ruega hacer silencio. En la capilla mínima, una mujer mayor ofende el silencio con las sibilantes de su oración y salimos rápido.
Desandamos el camino, evitamos nuevamente la grava y conversamos acerca de los sonidos tolerables para cada uno y de aquellos que nos imponen irrespetuosamente, como si el atropello no fuera tal por carecer de encarnadura.
Le cuento el post del Caballero de la luna que lo expresa de manera extraordinaria y pienso que es un tema que ‘nos hace ruido’ a muchos.
El mediodía precioso y el cambio de perspectiva, me ponen frente a los colores del otoño condensados en un árbol de oro.
Pero esta vez, mis sentidos agradecen la irrupción.
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En llamas, en otoños incendiadas,/arde a veces mi corazón,/puro y solo. El viento lo despierta,/toca su centro y lo suspende/en luz que sonríe para nadie:/¡cuánta belleza suelta!
Otoño. Octavio Paz
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Mujer, ¿por qué lloras?
Jn. 20,13
Hay hojas doradas al pie de los árboles y hay atardeceres tempranos.
Hay color y olor de otoño
y hay un verano que insiste con luz plena y desfachatez adolescente.