9 de marzo de 2007

Tempus fugit


No sé qué pasa con los relojes. En esta casa tienen un destino fatal.
El de pared, en la cocina, funciona el tiempo suficiente como para establecer el hábito de levantar la vista. Establecido el reflejo, se detiene indefectiblemente, irremediablemente, eternamente. Dicen algunos que debo cambiarlo de lugar, pero no creo que sea la solución y, además, las otras paredes están ocupadas.
El pequeño reloj despertador, no cumple su función de despertar a nadie porque no tengo horarios que cumplir y despierto cuando quiero. La mayoría de las veces exhibe su espalda huérfana de pilas.
Una inexplicable alergia que produce picazón e hinchazón, rechaza cualquier reloj pulsera que pueda acercarse a mi piel. Sea del material que sea, no está hecho para mí.
¿Será ésta mi manera de matar el tiempo?
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Me senté/ en un claro del tiempo./ Era un remanso de silencio, de un blanco/ silencio./ Anillo formidable/ donde los luceros/ chocaban con los doce/ números negros.
Eco del reloj. Federico García Lorca.

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